martes, 21 de agosto de 2018

Medieval (fragmento escrito a los 15 años)

I.
Alexa Wilding, ‘Lady Lilith’, Dante Gabriel Rossetti

La encontraron debajo de un árbol, en un verde valle. Su rostro estaba sucio y sus largos cabellos se enroscaban a su alrededor, adhiriéndose a su cuerpo como si fueran serpientes de color naranja.
Al principio no quise levantar la cara. Abrazada fuertemente a sus rodillas, sus vestidos marrones se confundían con la corteza del roble.
Los aldeanos gritaban y agitaban sus palas e instrumentos, mientras que el número de ellos se perdía en la oscuridad del negro bosque que rodeaba el valle. En vano intentaban el caballo y su noble jinete detenerlos. Cada vez se acercaban en mayor número, cerrando un círculo alrededor de ella.
-¡Terror!- gritaban algunos de ellos; y los demás respondían con gritos y no palabras. El concierto aumentaba en fuerza y vigor, como cantos macabros salidos de catacumbas oscuras y malolientes.
Las voces se fueron apagando. El anochecer llegó y el valle se fue quedando vacío. El viento, llamado por la luna, recogió algunas hojas y se marchó también.

II.
Una fuerte tormenta azotaba a la aldea. Las luces de las casas estaban apagadas esperando que amaneciera. Los aldeanos, unos por sueño, otros por superstición. habían apagado sus quinqués e incluso alguno murmuraba una oración.
En el vecino bosque, las nubes tapaban a la luna quien, no obstante, dejaba que alguno que otro de sus rayos resbalara sobre las finas agujas de los pinos. Alrededor de una fogata apagada, cinco extraños seres bailaban dando giros sobre sí mismos.
Una mujer mulata tocaba el pandero y entonaba una canción de sílabas cortadas. Después de un tiempo los danzantes se sentaron en círculo alrededor de la leña mojada. Conforme la lluvia cesaba de caer, los seres intentaban, cada uno por turno, prender de nuevo la fogata.
El quinto ser aventó el pedernal sobre las varas al tiempo que una radiante llama naranja iluminó su hermosa cara y los pelirrojos cabellos a su alrededor.

III.
Un caballero de larga capa negra la dejó caer la silla de un pequeño comedor. Un hombre robusto, con algunos años encima, le esperaba.
-Se han escapado.- se limitó a decir el hombre de la capa.
Ambos salieron de la casa y, con largos pasos, se aproximaron a un par de caballos. Tras montarlos, el segundo hombre señaló al bosque y ambos partieron hacia allá.

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