El mal de la muerte
EL HOMBRE desfallece
sobre el sexo de ella. LA OTRA MUJER lo observa. Poco a poco, la mano de EL
HOMBRE llega al sexo de LA OTRA MUJER, la acaricia. LA OTRA MUJER deja de
observarlo. El ritmo de los dedos de EL HOMBRE sigue los de la cadera de LA
OTRA MUJER. LA OTRA MUJER grita. De inmediato EL HOMBRE para y le tapa la boca.
EL HOMBRE
No grite.
LA OTRA MUJER
Ya no gritaré.
LA MUJER
Jamás de ahora en adelante ninguna otra gritará por usted.
LA OTRA MUJER
Cuánta felicidad.
EL HOMBRE vuelve
a taparle la boca bruscamente.
EL HOMBRE
Esas cosas no se dicen.
LA OTRA MUJER
Ya no lo diré.
LA OTRA MUJER se
para de la cama, envuelta en su sábana blanca.
LA OTRA MUJER
¿Ellos sí hablan de esto?
EL HOMBRE
No.
LA OTRA MUJER
¿De qué hablan?
EL HOMBRE
Hablan de todo lo demás, hablan de todo, excepto de esto.
LA OTRA MUJER ríe
y vuelve a acostarse en la cama. Se queda dormida. EL HOMBRE se para, da una
vuelta a la cama. Imperceptiblemente, conforme se acerca a la ventana, comienza
a llorar y sale a la terraza.
LA MUJER
No sabe qué contiene el sueño de ésa que está en la cama. De ese cuerpo
quisiera usted alejarse, quisiera volver a los cuerpos de los demás, al suyo,
volver hacia usted mismo y a la vez es precisamente por tener que hacerlo por
lo que llora.
EL HOMBRE entra
al cuarto de nuevo y observa a LA OTRA MUJER dormir. Se acuesta en el suelo al
pie de la cama. LA OTRA MUJER se despierta y se sienta en la cama.
LA OTRA MUJER
¿Es el ruido del viento?
EL HOMBRE asiente.
LA OTRA MUJER vuelve a dormir. EL HOMBRE se levanta y se pone en cuclillas a un
lado de LA OTRA MUJER. Levanta la sábana con cuidado y le acaricia los pechos,
los ojos. LA OTRA MUJER se despierta.
LA OTRA MUJER
El mal se apodera siempre más de usted, se ha apoderado de sus ojos, de
su voz.
EL HOMBRE
¿Qué mal?
LA OTRA MUJER
Todavía no sé decirlo.
Comienzan a
hacer el amor y se quedan dormidos, LA OTRA MUJER sobre EL HOMBRE.
LA MUJER
Ella estaría siempre dispuesta, quisiéralo o no. Precisamente sobre esto
usted nunca sabría nada. Ella es más misteriosa que todas las evidencias
exteriores que usted jamás ha conocido hasta ahora.
Al quedarse
dormidos, LA MUJER continúa.
LA MUJER
Alta. Ella habría sido alta. El cuerpo habría sido esbelto, hecho de una
sola vaciada, de una vez como por Dios, Él mismo, con la perfección indeleble
del accidente personal.
EL HOMBRE se
despierta. Con mucho cuidado, observa y recorre el cuerpo desnudo de LA OTRA
MUJER.
LA MUJER El cuerpo no tiene defensa alguna. Incita al estrangulamiento,
a la violación, las vejaciones, los insultos, los gritos de odio, el
desencadenamiento de las
pasiones cabales, mortales.
EL HOMBRE
Usted debe ser muy hermosa.
LA OTRA MUJER se
despierta y lo observa.
LA OTRA MUJER
Estoy aquí, mire, estoy ante usted.
EL HOMBRE
No veo nada.
LA OTRA MUJER
Procure ver, está incluido en el precio que ha pagado.
EL HOMBRE toma
el cuerpo, mira sus diferentes espacios, le da la vuelta, le da otra vez la
vuelta, lo mira, lo mira otra vez. Renuncia. Renuncia. Deja de tocar el cuerpo.
LA MUJER
Hasta esta noche usted no había entendido cómo se puede ignorar lo que
ven los ojos, lo que tocan las manos, lo que toca el cuerpo.
EL HOMBRE
No veo nada.
LA OTRA MUJER se
queda dormida. EL HOMBRE la despierta.
EL HOMBRE
¿Es una prostituta?
LA OTRA MUJER
niega con un gesto.
EL HOMBRE
¿Por qué aceptó el contrato de las noches pagadas?
LA OTRA MUJER
Porque en cuanto me habló vi que le invadía el mal de la muerte. Durante
los primeros días no supe nombrar ese mal. Luego, más tarde, pude hacerlo.
EL HOMBRE
Repita esas palabras.
LA OTRA MUJER
Mal de la muerte.
EL HOMBRE
¿Cómo lo sabe?
LA OTRA MUJER
Lo sé. Lo sé sin saber cómo lo sé.
EL HOMBRE
¿En qué el mal de la muerte es mortal?
LA OTRA MUJER
En que el que lo padece no sabe que es portador de ella, de la muerte.
También en que estaría muerto sin vida previa a la que morir, sin conocimiento
alguno de morir a vida alguna.
LA OTRA MUJER se
vuelve a quedar dormida.
LA MUJER
Se diría que descansa de una fatiga inmemorial. Usted se ha olvidado del
color de sus ojos, así como del nombre que usted le dio la primera noche. Pero
esto no es la frontera infranqueable entre ella y usted. No, no el color, sino
la mirada.
Mientras está
diciendo esto, el hombre pone atención a LA MUJER. LA OTRA MUJER se ha
despertado y mira al hombre. Al terminar de hablar LA MUJER, el hombre mira a LA
OTRA MUJER que se ha sentado a sus espaldas y grita.
LA OTRA MUJER
Pronto será el fin, no tema.
EL HOMBRE la
levanta con un solo brazo. Comienza a besarla, a besarle los pechos y sus aréolas.
Ella se deja hacer sin moverse.
EL HOMBRE
Diga la palabra.
LA OTRA MUJER lo
mira impasible.
EL HOMBRE
¡Dígala! Diga mi nombre.
LA OTRA MUJER
sonríe.
EL HOMBRE
Diga el nombre.
LA OTRA MUJER se
vuelve a quedar dormida.
LA MUJER
El espíritu aflora siempre a la superficie del cuerpo, lo recorre por
entero, y de tal manera que cada una de las partes de ese cuerpo es por sí sola
testigo de su
totalidad, la mano y los ojos, el abombamiento del vientre y el rostro,
los pechos y el sexo, las piernas y los brazos, la respiración, el corazón, las
sienes y el sino.
Mientras LA
MUJER enumera, el hombre sale a la terraza y comienza a sollozar. Regresa a la
alcoba. Se tiende al lado de LA OTRA MUJER y sigue llorando. La luz del alba
entra por la terraza. EL HOMBRE prende las lámparas y observa a LA OTRA MUJER.
EL HOMBRE
En los lugares del sol del verano, en los lugares abiertos, ofrecidos a la vista.
EL HOMBRE apaga
las lámparas.
EL HOMBRE
Ella debería morir. Si ahora, en este momento de la noche ella muriera,
sería más fácil... para mí…
LA MUJER
Descubrir su poder infernal, la abominable fragilidad, la debilidad, la
fuerza invencible de la debilidad sin par.
Comienza a
llover. EL HOMBRE sale a la terraza.
EL HOMBRE (desde la terraza)
Si a esta hora ella muriera, sería más fácil hacerla desaparecer de la
faz de la tierra,
arrojarla a las aguas negras, bastarían unos minutos para arrojar un
cuerpo de ese peso a la mar creciente...
LA MUJER
...con el fin de eliminar de la cama ese olor hediondo de heliotropo y
cidro.
EL HOMBRE entra
a la habitación. Parece como que ya no reconoce la alcoba.
LA OTRA MUJER
¿Cuántas noches pagadas aún?
EL HOMBRE
Tres.
LA OTRA MUJER
¿No ha querido nunca a una mujer?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿No ha deseado nunca a una mujer?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿Ni una sola vez, ni un solo instante?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿Nunca? ¿Nunca?
EL HOMBRE
Nunca.
LA OTRA MUJER
Es raro un muerto. ¿Y mirar a una mujer, no ha mirado nunca a una mujer?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿Usted que mira?
EL HOMBRE
Todo lo demás.
LA OTRA MUJER se
despereza, sonríe y vuelve a dormirse. EL HOMBRE cierra los ojos. Cuando los
vuelve a abrir, se acuesta junto a LA OTRA MUJER. La observa detalladamente.
Observa el lugar del corazón.
LA MUJER
Es ahí, en ella, donde se cultiva el mal de la muerte. Esa forma
desplegada ante usted decreta el mal de la muerte.
EL HOMBRE
comienza a acariciar el cuerpo de LA OTRA MUJER. No deja de mirarla. Comienza a
acariciar el sexo. LA OTRA MUJER tiene ligeros estremecimientos. Sus párpados
tiemblan pero no se abren. La boca se abre como si quisiera decir. El goce se apodera de LA OTRA MUJER y la levanta del
lecho. Luego cae, inerte, los ojos cerrados. EL HOMBRE cierra los ojos. Se
cubre en el cuerpo de LA OTRA MUJER y comienza a llorar.
LA MUJER
Podría salir de la alcoba, alejarse del cuerpo...
LA OTRA MUJER se
despierta con el llanto del hombre. Mira al HOMBRE y mira la alcoba. Le
acaricia la mano al HOMBRE.
LA OTRA MUJER
¿Por qué llora?
EL HOMBRE
Usted debe saber por qué lloro. Usted es quien debiera saberlo.
LA OTRA MUJER
Porque usted no ama.
EL HOMBRE
Así es.
LA OTRA MUJER
¿Nunca?
EL HOMBRE
Nunca.
LA OTRA MUJER
El deseo de estar a punto de matar a un amante, de guardarlo para usted,
para usted solo, de poseerlo, de robarlo contra todas las leyes, contra todos
los imperios
de la moral, ¿no lo conoce, no lo ha conocido nunca?
EL HOMBRE
Nunca.
LA OTRA MUJER
Es raro un muerto. ¿Ha visto el mar? ¿Ya es de día?
EL HOMBRE
Despunta el día, pero en esta época del año es muy lento en invadir el
espacio que ilumina.
LA OTRA MUJER
¿De qué color es el mar?
EL HOMBRE
Negro.
LA OTRA MUJER
El mar nunca es negro. Debe estar confundido.
EL HOMBRE
¿Cree que es posible que la ame?
LA OTRA MUJER
No se puede de ninguna manera.
EL HOMBRE
¿Por culpa de la muerte?
LA OTRA MUJER
Sí, por culpa de esa insipidez de esa inmovilidad de su sentimiento, por
culpa de esa mentira al decir que el mar es negro.
LA OTRA MUJER se
acuesta para dormir. EL HOMBRE la despierta.
EL HOMBRE
Hable más.
LA OTRA MUJER
Entonces, hágame preguntas, por mí misma no puedo.
EL HOMBRE
¿Es posible que la pueda amar?
LA OTRA MUJER
No. Poco antes usted tuvo ganas de matarme cuando volvió de la terraza y
entró por segunda vez en la habitación. Lo comprendí en mi sueño por su mirada
sobre mí. ¿Por qué?
EL HOMBRE
No puedo saber por qué. No tengo la inteligencia de mi mal.
LA OTRA MUJER
Es la primera vez. No sabía antes de conocerlo que la muerte podía
vivirse. Usted anuncia el reino de la muerte. No se puede amar la muerte si le
viene impuesta desde
fuera.
LA OTRA MUJER y LA MUJER
Usted cree llorar por no amar. Usted llora por no imponer la muerte.
LA OTRA MUJER
Va usted a morir de muerte. Su muerte ha comenzado ya.
EL HOMBRE llora.
LA OTRA MUJER
No llore, no merece la pena, deje esta costumbre de llorar por usted
mismo, no merece la pena.
LA OTRA MUJER se
acuesta a dormir. Entra una luz solar sombría al cuarto.
LA OTRA MUJER
Aún dos noches pagadas, pronto se acabará esto.
Con la mano LA
OTRA MUJER le acaricia los ojos al hombre. Se queda dormida burlándose.
EL HOMBRE
El amor siempre me ha parecido fuera de lugar, no he comprendido nunca,
siempre he evitado amar, siempre he querido ser libre de no amar. Estoy
perdido. No sé de qué, en qué estoy perdido.
LA MUJER
Usted cuenta la historia de un niño.
LA OTRA MUJER
Deje de mentir. Espero no saber nunca nada de la forma en que usted,
usted sí sabe, por nada del mundo. No quisiera saber nada de la forma en que
usted, usted sí sabe,
con esa certeza que proviene de la muerte, esa monotonía irremediable,
igual a sí misma cada día de su vida, cada noche, con esa función mortal de la
falta de amar. Ya es de día, todo va a empezar, excepto usted. Usted, usted no
empieza nunca.
LA OTRA MUJER
vuelve a dormirse.
EL HOMBRE
¿Por qué duerme, de qué fatiga debe descansar? Monumental.
LA OTRA MUJER
levanta la mano y le acaricia el rosto y la boca al hombre. Vuelve a dormirse
burlándose.
LA OTRA MUJER
Usted no puede comprender ya que es usted quien hace la pregunta. Así
también descanso de usted, de la muerte.
LA MUJER
Usted continúa la historia del niño, la grita.
EL HOMBRE
No sé toda la historia del niño, de mí. He oído contar esa historia.
LA OTRA MUJER
sonríe.
LA OTRA MUJER
Yo también he oído y leído muchas veces esa historia, en todas partes,
en muchos libros.
EL HOMBRE
¿Cómo podría surgir el sentimiento de amar?
LA OTRA MUJER
Quizás de un fallo repentino en la lógica del universo. Por ejemplo de
un error. Nunca por quererlo.
EL HOMBRE
¿El sentimiento de amar podría surgir de otras cosas aún? Dígamelo.
LA OTRA MUJER
De todo, de un vuelo de pájaro nocturno, de un sueño, del sueño de un
sueño, de la cercanía de la muerte, de una palabra, de un crimen, de uno, de
uno mismo, de pronto sin saber cómo. Mire.
LA OTRA MUJER
abre las piernas. EL HOMBRE observa.
EL HOMBRE
Era ahí, la noche negra.
LA MUJER y EL HOMBRE
Es ahí.
LA OTRA MUJER
Ven.
Comienzan a
hacer el amor. EL HOMBRE la penetra y comienza a llorar.
LA OTRA MUJER
Tómame para que todo quede consumado.
Terminan de
hacer el amor. Los dos quedan dormidos. LA OTRA MUJER se levanta y se va.
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