sábado, 25 de agosto de 2018

El Cornejo, obra de teatro sobre un bandido zacatecano


EL CORNEJO

Leyenda tradicional zacatecana

Esta obra fue escrita por encargo para la Secretaría de Turismo de Zacatecas en 1999 para ser representada como obra de teatro en movimiento en el Museo Rafael Coronel donde cumplió una temporada de representaciones.

Personajes:


·         Doña Luz de Lancáster, rica heredera de un minero (Selene de Anda)
·         Soledad Cabrera, huérfana y sobrina del cura (Fuensanta Valdez)
·         Don Nicolás Rocha, nuevo comandante de la policía (Jorge Flores)
·         Alfredo Rocha, hermano menor de Don Nicolás (Ricardo García)
·         Cura Francisco Velarde, sacerdote capellán del Templo de Jesús (Jorge Velázquez)
·         Marcos Olague, alias El Cornejo, bandido de la localidad (Franco)


Escena primera

Camino de Jerez a Zacatecas
Octubre de 1702

Se escuchan voces entre los árboles.

LUZ
Verdaderamente, esto es lo último que nos faltaba.

NICOLAS      
Cálmese, Doña Luz, ahorita mismo lo componemos.

LUZ
Mire, Don Nicolás, no es por ofenderlo, pero ya no le creo nada. Salimos de Jerez a las cuatro de la tarde y usted me prometió que a las ocho estaría yo en Zacatecas. De haberlo sabido, no tomo esta diligencia.

NICOLAS
Lo único que pasó es que se zafó un perno de la rueda, Doña Luz, pero ahora lo arregla el cochero. Mientras tanto, ¿por qué no se sienta aquí y descansa?

CURA (desde afuera)
¡Don Nicolás!

LUZ
No entiendo como acabe yo aquí, Don Nicolás. ¿Se puede saber por qué insistió tanto en que yo tomara esta diligencia?

NICOLAS
Mire, Doña Luz, tal vez no sea el lugar propicio, pero yo quería hablar con usted de un asunto que me ronda la mente. Desde que la conocí…

CURA (desde afuera)
¡Don Nicolás!

NICOLAS
Permítame, mi querida señora.

CURA (entrando)
¡Don Nicolás! Por fin lo encuentro. ¿No escuchó cuando le gritaba?

NICOLAS
Estaba atendiendo a la dama.

CURA
¿No vio al cochero?

NICOLAS
¿Qué? No, claro que no. ¿Por qué pone esa cara?

CURA
Don Nicolás, Dios nos tenga ahora sí en su Santa Gloria.

NICOLAS
¿Qué pasa, señor Cura?

CURA
Ay, pues fíjese que mientras el cochero cambiaba la rueda, me puse a platicarle cómo estos rumbos son muy peligrosos porque son los rumbos del Cornejo. Y en cuando le platiqué del tal Cornejo y quién era, el muy cobarde salió corriendo.

LUZ
¿Pasa algo malo, señor Cura?

NICOLAS      
No, señora, ¡qué va! Todo está bajo control. ¿Por qué no va a la diligencia y trae su equipaje para este lado?

LUZ
Haga lo que le dice, señora. Y no se aleje.

LUZ sale.

CURA
¿Y ahora qué hacemos?

ALFREDO
(entrando con un trozo de rueda en la mano) Por lo pronto, buscar un lugar donde pasar noche.

NICOLAS
¡¿Qué hiciste?!

CURA
No lo regañe. señor.

NICOLAS
No, de acuerdo, pero a menos que usted talle de uno de estos árboles otra rueda, no tenemos manera de salir de aquí.
CURA
(a ALFREDO) Ay, hijo, qué mala mano te dio Dios.

ALFREDO
Sólo trataba de repararla, ya que el cochero huyó al escuchar ciertas supersticiones…
CURA
Mira, muchacho, no son inventos. La semana pasada el Cornejo atacó el carruaje donde viajaba Doña Margarita, sobrina del Virrey, y no respetó ni condición social, ni sexo ni siquiera el que Doña Margarita tiene ya sesenta y cinco años...

NICOLAS
Perdón que lo interrumpa, Padre, pero creo que lo mejor será traer aquí nuestras cosas para pasar la noche y, sobre todo, no decirle absolutamente nada del Cornejo a las mujeres. (A ALFREDO) ¿Entendiste?

ALFREDO
Pero yo no soy el que anda diciendo...        

NICOLAS
¡Cállate y ayuda a traer las cosas!

Sale ALFREDO y detrás de él, el CURA y NICOLAS.

Escena 2


Entran SOLEDAD y LUZ con una maletita. Detrás de ella, ALFREDO trae todo su equipaje.

LUZ
Soledad, nunca nos debimos subir a esta diligencia. Ahora resulta que vamos a tener que pasar la noche aquí. No es que me dé miedo. pero ¿te imaginas si en la noche llega un coyote?

LUZ ha estado aplicándose perfume durante todo el diálogo anterior.

SOLEDAD
No se preocupe, señora. Los coyotes no huelen el perfume.

LUZ
Menos mal. Pero insisto en que debemos dejar a alguien haciendo guardia. Por ejemplo, el cochero.

ALFREDO
Doña Luz, fíjese que el cochero... que mi hermano mandó al cochero por ayuda, pero yo haré guardia por ustedes toda la noche, si así duermen tranquilas.

LUZ
¿Ya ves, Soledad? No hay de qué preocuparse. Gracias, Alfredo.

Entra NICOLAS.

NICOLAS
¡Alfredo! Por favor, ayuda al señor Cura con sus pertenencias.

ALFREDO sale.

NICOLAS
Es verdad, señora, todo está bajo control. Usted sabe por qué me nombraron comandante de la policía, ¿no es así? Aunque anduviera por aquí el Cornejo no se atrevería a atacarla, sabiendo que yo estoy a su lado.

LUZ
¿Estos son los rumbos del Cornejo?

SOLEDAD
¿Quién es el Cornejo?

LUZ
¡Ay, Soledad, el Cornejo es el bandido más peligroso de todo el Camino Real de Tierra Adentro!

NICOLAS (tratando de arreglar las cosas)
No me malinterpreten, señoras, no quise mencionar a ese hombre. En realidad, los rumbos del  Cornejo son por Sombrerete. Este camino a Jerez es el más seguro que hay ...

ALFREDO
(quién escuchó esto último) Pensé que era secreto.

LUZ jala a SOLEDAD para hablar a solas.

LUZ
Yo no lo conozco, pero mi prima Antonieta, que vive en Jerez, me contó que hace dos meses el Cornejo asaltó la diligencia donde viajaba ella. Ella se tuvo que quedar dentro del carruaje, pero alcanzó a ver al bandido y me confesó que tiene una mirada fascinante. Cuando se marchó, todos los hombres juraron que si lo encontraban algún día lo matarían. Pero Antonieta no. Antonieta se enamoró, Soledad.

SOLEDAD
Eso quiere decir que estos son sus rumbos, ¿verdad, señora?

LUZ
No te espantes, lo peor que nos puede suceder es que nos secuestre.

SOLEDAD
No, señora, ni Dios lo quiera.

LUZ
Piénsalo así, sería una gran aventura. Siempre he querido vivir una aventura. Con una voz muy grave nos diría: "Señoras, si son tan amables, ¿pudieran dejar sus alhajas en mi posesión?"

SOLEDAD
Yo no tengo más que este perfumero. Me lo regaló mi madre antes de morir.

LUZ
(poniéndole uno de sus anillos) Pues ahora ya tienes también un anillo.

SOLEDAD
¡Gracias, señora!

NICOLAS
Disculpen que las interrumpa, pero hemos decidido hacer aquí nuestro campamento. Si son tan gustosas de escoger el lugar donde quieren pasar la noche.

CURA
Soledad, ven acá. Mira, te seré sincero. Parece imposible que alguien nos venga ayudar si no es hasta mañana. Por lo que te voy a suplicar que seas prudente, no abandones por nada del mundo el campamento y mantente lo más alejada posible de las malas compañías. Ponte a  rezar por todos nosotros y mañana temprano te prometo que habremos llegado a la parroquia.

SOLEDAD
Sí, tío.

NICOLAS
Señor Cura, le propongo que para mayor seguridad hagamos guardias esta noche. Yo
comenzaré y a la media noche despertaré a mi hermano Alfredo. Quizá usted pueda hacer la de la madrugada...

CURA
Yo francamente me siento muy seguro de venir acompañado nada menos que por el comandante de la policía. Estará usted de acuerdo en que ni a mí ni a mi sobrina nos
puede pasar nada esta noche. Y ahora, si me permite, tengo que rezar mis oraciones.

NICOLAS
Adelante, adelante. ¡Alfredo!

ALFREDO
Dime, hermanito.

NICOLAS
Quiero suponer que no estás coqueteando con Doña Luz de Lancáster y que esas risas que escuché hace rato no tenían NADA que ver contigo, ¿verdad?

ALFREDO
No te pongas celoso, Nicolás.

NICOLAS
Nada de eso. Comenzarás la guardia nocturna ahora mismo y si todo va bien y no se aparece el chamuco, no me despiertes hasta mañana al amanecer. ¿De acuerdo?

ALFREDO
¿Pero esperas que yo cuide toda la noche?

NICOLAS
¿Quieres ser policía, no es cierto? Pues demuéstralo.

Sale NICOLAS.
ALFREDO se dispone a hacer guardia. Camina impaciente de un lado al otro. De entre las sombras, aparece el CORNEJO. Lo agarra por detrás y le pone un cuchillo al cuello. ALFREDO grita.

CORNEJO
Cállate, mocoso. Un grito más y no la cuentas. Llévame con los demás.

Escena tres


En el campamento, el CURA ha sacado una guitarra y canta. NICOLAS no le quita los ojos de encima a LUZ, la cual coquetea con él. SOLEDAD trata de concentrarse en sus oraciones. A la mitad de la canción, LUZ ve a ALFREDO acercarse y le hace señas para que los acompañe. NICOLAS nota este gesto y se molesta, por lo que cuando ALFREDO hace señas de que lo siguen, nadie se da cuenta.

CORNEJO
¡Te dije que sin hacer nada sospechoso!

El CORNEJO le brinca a ALFREDO encima y lo agarra del cuello. Todos reaccionan.

CORNEJO
Buenas noches, damas y caballeros, disculpen las molestias… un movimiento en falso hacia su sable, comandante, o hacia mí, y este niño no vive para contarlo. Hágame el favor de quitarse la capa, señor.

NICOLAS
¿Yo?

CORNEJO
Sí, usted.

NICOLAS se quita la capa y, a una señal del CORNEJO la extiende sobre el piso.

CORNEJO
Y ahora, si son tan amables de dejar todas sus alhajas en mi posesión.

La primera en pasar es LUZ. Sin quitarle los ojos de encima al bandido, coquetea con él mientras se despoja de su collar, sus aretes y anillos. Después NICOLAS se quita su sable y le quita a ALFREDO lo que traiga de valor. Cuando SOLEDAD se va a quitar el perfumero, el CORNEJO la detiene.

CORNEJO
No, señorita, con usted no reza la orden, ni con el señor Cura.

CURA
Sagrado Corazón de Jesús.

CORNEJO
Pero para compensar esta licencia, creo que las botas del comandante de policía me quedarían bien.

NICOLAS se quita las botas a regañadientes y las avienta con las demás cosas sobre la capa. Sin dejar de amenazar a ALFREDO, el CORNEJO recoge la capa con las cosas y huye corriendo.

NICOLAS
Mire qué no lo maldigo, nada más porque está usted aquí, señor Cura .

LUZ
Esto es lo mejor que me ha pasado en mi vida.

Al decir esto, LUZ se desmaya y ALFREDO la sostiene en sus brazos. Se despierta  de inmediato y le planta un beso. NICOLAS los mira furibundo.

LUZ
Deje de mirarme con esos ojos, don Nicolás. Y tú, niña, devuélveme mi anillo. En buena hora te lo di a cuidar.

SOLEDAD le da el anillo a LUZ.

CURA
Falta poco para que amanezca. Lo mejor será regresar a un lado del camino a esperar a que pase alguien.

Todos empiezan a irse.

NICOLAS
Pero esto no se va a quedar así. Ese bandolero me las va a pagar. Les juro que ya está cavando su tumba (detiene a SOLEDAD del brazo) para cuando muera colgado  de  este árbol. (SOLEDAD se zafa y se va) Y de eso me encargo yo.

Escena cuatro


Mesón de Tacuba.
Entra LUZ seguida por los demás.

LUZ
No puedo creer que nos hayan hecho viajar junto con los puercos. Dejen que Papá se
entere de esto.

NICOLAS
Doña Luz, no pudimos conseguir mejor transporte. Ahora lo mejor será que suba a su habitación y descanse.

LUZ
No me toque, señor. Créame que eso mismo haré y espero que para cuando baje a cenar, usted se haya largado.

ALFREDO
Aquí tiene su equipaje, Doña Luz.

LUZ
Gracias, Alfredo. (luego dice con intención hacia NICOLAS) Espero que vayas a visitarme a Jerez cuando regrese. Con gusto te estaré esperando.

ALFREDO
A sus órdenes, señora.

LUZ se va. NICOLAS le pega una cachetada a ALFREDO.

ALFREDO
Eso era innecesario.

NICOLAS
Olvídate de mi recomendación para el trabajo.

CURA
Don Nicolás, creo que nosotros aquí nos despedimos. Esta niña necesita descansar.

SOLEDAD
Hasta luego.

NICOLAS
Hasta pronto, señorita.

Salen el CURA y SOLEDAD.

ALFREDO
¿No te pareció extraño que el Cornejo no le hiciera nada a Soledad?

NICOLAS
Tienes razón, Alfredo. Esa niña es la carnada perfecta. Esta es la mejor idea que has tenido en toda tu vida, hermano. ¿Te imaginas? El arresto del Cornejo me ganaría la confianza de los ciudadanos: "Don Nicolás Rocha, comandante de la policía, atrapó finalmente al temido bandido". Doña Luz no se resistiría una noticia así. Sigue al señor Cura y me traes la dirección de su parroquia.

Salen.

Escena cinco


Iglesia de Jesús
SOLEDAD está hincada rezando, mientras que el CURA, quien ha terminado de dar misa, guarda sus cosas.

CURA
Ya vete yendo, Soledad, o no alcanzas a preparar la comida.

SOLEDAD
Sí, tío, ya me voy. Sólo termino mis oraciones.

CURA
Antes de ir a comer, voy a pasar a ver al Comandante Rocha. No sé para qué me mandó llamar, pero me dijo que era urgente. No te dilates, niña.

El CURA sale. SOLEDAD sigue rezando y aparece tras ella, embozado, el CORNEJO.

CORNEJO
No se asuste, señorita.

SOLEDAD
¿Quién es usted?

CORNEJO
No vaya a gritar, se lo suplico.

SOLEDAD
¿Como me encontró?

CORNEJO
No tengo mucho tiempo, pero considere mi propuesta: vengo a raptarla para que sea mi esposa.

SOLEDAD
Usted está loco. Yo ni lo conozco. Además, lo que usted le hizo a esas personas aquella noche es imperdonable. Y por lo que he escuchado, usted se dedica a robar como profesión.

CORNEJO
Pero yo, señorita, desde que la vi parada esa noche temblando de miedo, yo por usted soy capaz de cualquier cosa.

LUZ entra a la parroquia a rezar, pero al escuchar que SOLEDAD y el CORNEJO hablan, se esconde y observa.

SOLEDAD
Yo no sé, señor, jamás me he enamorado. Y usted pues lo primero que tiene que hacer es olvidarse de la vida de pecado que ha llevado hasta este momento. Y jurar ante Dios que nunca más va a robar. Es mejor pedir limosna que robar.

CORNEJO
Es usted quien guía mi vida en estos momentos. Yo ya no decido sobre mí.      

SOLEDAD
Ahora yo tengo que irme a cocinar, pero ¿por qué no medita lo que le dije? Y si usted está dispuesto a renunciar al tipo de vida que ha llevado hasta ahora, podríamos encontrarnos para conversar esta noche en el huerto de la casa de mi tío. Yo le puedo ayudar a encontrar un camino de mayor bondad y perdón.

CORNEJO
Qué hermosa se ve usted.

Antes de irse, el CORNEJO besa a SOLEDAD en la boca. Al principio, ella lucha por zafarse, pero va cediendo poco a poco. El CORNEJO la mira intensamente y sale, SOLEDAD se hinca a rezar sofocada. Entra LUZ.

LUZ
Buenas tardes, Soledad.

SOLEDAD
Doña Luz, qué tal.

LUZ
¿No se encuentra el Señor Cura?

SOLEDAD
No, me parece que fue a la Comisaría.

LUZ
¡Qué lástima! Quería confesarme. Más bien hacerle una consulta. Tal vez tú me puedas aconsejar.

SOLEDAD
Yo no creo poderlo hacer.

LUZ
No te vayas. Siéntate aquí, a mi lado. Oye Soledad, ¿tú crees que ver un gran pecado cometido dentro de la Casa de Nuestro Señor es tan grave como haberlo cometido?

SOLEDAD
Me tengo que ir a cocinar. Con su permiso. (Sale.)
LUZ
Nadie prefiere a una criada por encima de Doña Luz de Láncaster.

Escena seis

Banca de la Alameda

NICOLAS se encuentra muy acicalado esperando en una banca. Parece que lleva una hora por lo impaciente que está. Cuando está a punto de irse, aparece LUZ.

LUZ    
Usted disculpará, señor comandante, pero no podía venir con el mismo peinado que traía hoy en la mañana. Mucho menos si venía a darle la noticia tan importante que traigo conmigo.

NICOLAS
Querida señora, tome asiento. He esperado este momento con ansias.

LUZ
Así que ya sabe de lo que le voy a hablar.

NICOLAS
Lo imagino, lo sospecho, lo veía venir. Estoy a sus pies.

LUZ
Bueno, pero prométame actuar con cautela para que no nos equivoquemos.

NICOLAS
Dulce dama, pondré el mayor cuidado para que nuestro amor no dañe a nadie. Esta misma tarde parto a Jerez, ya con su consentimiento, para pedir su mano a su padre. Ahora creo que no sería demasiado pedirle un beso a mi dulce prometida, ¿verdad?

NICOLAS cierra los ojos y acerca su boca a la de LUZ, quien le suena una cachetada.

LUZ
¡Pero qué atrevimiento! Aquí, en lo Alameda, frente a todo mundo, venirme a declarar su amor, señor Nicolás... Siéntese a mi lado y pretenderemos como si nada de esto hubiera ocurrido. Si no fuera porque la noticia que traigo es urgente, me encargaría las siguientes dos semanas de difamar su nombre en mi círculo social hasta verlo reducido a polvo. (LUZ respira.) Esta mañana he visto al Cornejo.

NICOLAS
¿Qué? ¿Dónde?

LUZ
No arme alboroto, se lo suplico. Prepare un grupo de hombres para este anochecer. Nos veremos a un lado de Catedral y lo llevaré donde lo pueda aprehender.

NICOLAS
Regresó por Soledad, ¿verdad?

LUZ
Así es.

NICOLAS
¡Cómo es posible que el señor Cura me hubiera ocultado esto! ¡Hoy mismo hablé con él y negó que su sobrina lo hubiera contactado en estos días! Hasta diría que se mostró ofendido. Seguramente lo tiene escondido en la iglesia.

LUZ
No se olvide de su promesa. Hasta la noche. (Sale.)

NICOLAS
(se acaricia la cara, donde le dio la cachetada LUZ.) Sigue así, Nicolás, y pronto serás el héroe que Doña Luz de Lancáster quiere que seas. Nadie me ha mostrado más amor que esta mujer. Y ahora me tiende el camino para que volverse mía.
Para mañana, cuando ese bandido sea colgado, Doña Luz será mi prometida.

Escena siete

Huerto del CURA por la noche

SOLEDAD se pasea impaciente. Trae una Biblia en las manos. También es notorio que esta vez se arregló para recibir al CORNEJO. ALFREDO salta la barda.

ALFREDO
¡Soledad!

SOLEDAD corre hacia él creyendo que es el CORNEJO, pero se desilusiona al ver a ALFREDO.

SOLEDAD
¿Qué haces aquí? Mira que, si mi tío te ve, no vives para contarlo.

ALFREDO
No sé qué estés tramando, Soledad, pero, escucha bien, mi hermano Nicolás citó a tu tío hace rato y lo amenazó diciéndole que iba a agarrarte a ti y al bandido y que no  iban a vivir para contarlo.

SOLEDAD
¿Cómo se enteró de esto?

ALFREDO
Ten cuidado, Soledad. La noticia corre como pólvora.

En eso, entra el CORNEJO y agarra a ALFREDO por detrás.

CORNEJO
¿Otra vez nos encontramos? Nadie toca a esta mujer, ¿entiendes?

Lo acuchilla sin piedad. ALFREDO cae sangrando.

SOLEDAD
No, no, espera, no, solamente me avisaba…

CORNEJO
Ya pensé en lo que hablamos. Tienes razón, no quiero vivir esa vida y estoy dispuesto a...

Entra NICOLAS con el CURA.

NICOLAS
Suelta ese cuchillo, maldito. ¿Lo ve, señor Cura? Estaba a punto de matar a... (descubre el cuerpo de ALFREDO) Alfredo, ¿qué haces aquí? ¿Alfredo? ¿Lo mataste? ¡Desgraciado!

El CORNEJO aprovecha para escaparse, pero NICOLAS lo detiene.

NICOLAS
No te mato ahorita, porque no me perdería la humillación cuando te cuelguen de un árbol.

SOLEDAD
Suéltelo. Tío, él solamente venía a convertirse. Mire, aquí traía la Biblia y él estaba dispuesto a cambiar de vida por mí... Quería casarse conmigo, quería que estuviéramos juntos…

CURA
Ay, Soledad, qué decepción, sobrina. Métete a la casa en este momento. Te irás al convento mañana mismo. Queda claro que no sabes lo que haces.

jueves, 23 de agosto de 2018

Mis otros nombres

Hace tiempo me topé con "El libro de mi bebé SMA", una publicación que mis papás recibieron cuando yo nací. Al final del folleto, aparece una lista de nombres donde mi papá anotó posibilidades para nombrarme.

Los nombres sencillos que recibieron su aprobación fueron:

  • Alicia
  • Alejandra
  • Antonieta
  • Ana Cecilia
  • Clara Elena (como mi mamá)
  • Diana
  • Dulce María
  • Edith
  • Elena
  • Eneida (jajaja, como epopeya)
  • Estefanía
  • Eugenia
  • Fabiola
  • Fernanda
  • Guillermina (goodness gracious!)
  • Griselda
  • Isadora (que me hubiera encantado)
  • Ivett
  • Juana Jimena (ni de telenovela)
  • Laura Alicia
  • Lorena
  • Lucía (tan querida en mi vida)
  • Marcela
  • Marta
  • Mercedes (como el coche, por eso lo escogió mi padre yo creo)
  • Natalia (bueno, ya hay una en la familia)
  • Nina (que recibió doble voto)
  • Olivia
  • Paula
  • Pilar (que me hubiera encantado)
  • Rebeca
  • Rita Renata
  • Sofía
  • Valeria
Y luego sigue una lista de posibles nombres dobles anotados con la letra de mi padre:

  • Paula Alicia
  • Pilar Alicia
  • Alicia Alejandra
  • Ana Cecilia
  • Ana Elena (que ganó!)
  • Ana Eugenia
  • María Fernanda
  • Ana Lucía
  • Renata Alicia
  • Zoe Melaní
  • Alicia Renata
  • Alicia Fernanda
¿Cuál sería un buen seudónimo? ¿Cuál me hubiera hecho la vida imposible? ¿Qué nombre le darías a una detective adolescente?

miércoles, 22 de agosto de 2018

Adaptación teatral de El mal de la muerte de Marguerite Duras


El mal de la muerte


Adaptación teatral de un texto de Marguerite Duras


EL HOMBRE desfallece sobre el sexo de ella. LA OTRA MUJER lo observa. Poco a poco, la mano de EL HOMBRE llega al sexo de LA OTRA MUJER, la acaricia. LA OTRA MUJER deja de observarlo. El ritmo de los dedos de EL HOMBRE sigue los de la cadera de LA OTRA MUJER. LA OTRA MUJER grita. De inmediato EL HOMBRE para y le tapa la boca.
EL HOMBRE
No grite.
LA OTRA MUJER
Ya no gritaré.
LA MUJER
Jamás de ahora en adelante ninguna otra gritará por usted.
LA OTRA MUJER
Cuánta felicidad.
EL HOMBRE vuelve a taparle la boca bruscamente.
EL HOMBRE
Esas cosas no se dicen.
LA OTRA MUJER
Ya no lo diré.
LA OTRA MUJER se para de la cama, envuelta en su sábana blanca.
LA OTRA MUJER
¿Ellos sí hablan de esto?
EL HOMBRE
No.
LA OTRA MUJER
¿De qué hablan?
EL HOMBRE
Hablan de todo lo demás, hablan de todo, excepto de esto.
LA OTRA MUJER ríe y vuelve a acostarse en la cama. Se queda dormida. EL HOMBRE se para, da una vuelta a la cama. Imperceptiblemente, conforme se acerca a la ventana, comienza a llorar y sale a la terraza.
LA MUJER
No sabe qué contiene el sueño de ésa que está en la cama. De ese cuerpo quisiera usted alejarse, quisiera volver a los cuerpos de los demás, al suyo, volver hacia usted mismo y a la vez es precisamente por tener que hacerlo por lo que llora.
EL HOMBRE entra al cuarto de nuevo y observa a LA OTRA MUJER dormir. Se acuesta en el suelo al pie de la cama. LA OTRA MUJER se despierta y se sienta en la cama.
LA OTRA MUJER
¿Es el ruido del viento?
EL HOMBRE asiente. LA OTRA MUJER vuelve a dormir. EL HOMBRE se levanta y se pone en cuclillas a un lado de LA OTRA MUJER. Levanta la sábana con cuidado y le acaricia los pechos, los ojos. LA OTRA MUJER se despierta.
LA OTRA MUJER
El mal se apodera siempre más de usted, se ha apoderado de sus ojos, de su voz.
EL HOMBRE
¿Qué mal?
LA OTRA MUJER
Todavía no sé decirlo.
Comienzan a hacer el amor y se quedan dormidos, LA OTRA MUJER sobre EL HOMBRE.
LA MUJER
Ella estaría siempre dispuesta, quisiéralo o no. Precisamente sobre esto usted nunca sabría nada. Ella es más misteriosa que todas las evidencias exteriores que usted jamás ha conocido hasta ahora.
Al quedarse dormidos, LA MUJER continúa.
LA MUJER
Alta. Ella habría sido alta. El cuerpo habría sido esbelto, hecho de una sola vaciada, de una vez como por Dios, Él mismo, con la perfección indeleble del accidente personal.
EL HOMBRE se despierta. Con mucho cuidado, observa y recorre el cuerpo desnudo de LA OTRA MUJER.
LA MUJER El cuerpo no tiene defensa alguna. Incita al estrangulamiento, a la violación, las vejaciones, los insultos, los gritos de odio, el desencadenamiento de las
pasiones cabales, mortales.
EL HOMBRE
Usted debe ser muy hermosa.
LA OTRA MUJER se despierta y lo observa.
LA OTRA MUJER
Estoy aquí, mire, estoy ante usted.
EL HOMBRE
No veo nada.
LA OTRA MUJER
Procure ver, está incluido en el precio que ha pagado.
EL HOMBRE toma el cuerpo, mira sus diferentes espacios, le da la vuelta, le da otra vez la vuelta, lo mira, lo mira otra vez. Renuncia. Renuncia. Deja de tocar el cuerpo.
LA MUJER
Hasta esta noche usted no había entendido cómo se puede ignorar lo que ven los ojos, lo que tocan las manos, lo que toca el cuerpo.
EL HOMBRE
No veo nada.
LA OTRA MUJER se queda dormida. EL HOMBRE la despierta.
EL HOMBRE
¿Es una prostituta?
LA OTRA MUJER niega con un gesto.
EL HOMBRE
¿Por qué aceptó el contrato de las noches pagadas?
LA OTRA MUJER
Porque en cuanto me habló vi que le invadía el mal de la muerte. Durante los primeros días no supe nombrar ese mal. Luego, más tarde, pude hacerlo.
EL HOMBRE
Repita esas palabras.
LA OTRA MUJER
Mal de la muerte.
EL HOMBRE
¿Cómo lo sabe?
LA OTRA MUJER
Lo sé. Lo sé sin saber cómo lo sé.
EL HOMBRE
¿En qué el mal de la muerte es mortal?
LA OTRA MUJER
En que el que lo padece no sabe que es portador de ella, de la muerte. También en que estaría muerto sin vida previa a la que morir, sin conocimiento alguno de morir a vida alguna.
LA OTRA MUJER se vuelve a quedar dormida.
LA MUJER
Se diría que descansa de una fatiga inmemorial. Usted se ha olvidado del color de sus ojos, así como del nombre que usted le dio la primera noche. Pero esto no es la frontera infranqueable entre ella y usted. No, no el color, sino la mirada.
Mientras está diciendo esto, el hombre pone atención a LA MUJER. LA OTRA MUJER se ha despertado y mira al hombre. Al terminar de hablar LA MUJER, el hombre mira a LA OTRA MUJER que se ha sentado a sus espaldas y grita.
LA OTRA MUJER
Pronto será el fin, no tema.
EL HOMBRE la levanta con un solo brazo. Comienza a besarla, a besarle los pechos y sus aréolas. Ella se deja hacer sin moverse.
EL HOMBRE
Diga la palabra.
LA OTRA MUJER lo mira impasible.
EL HOMBRE
¡Dígala! Diga mi nombre.
LA OTRA MUJER sonríe.
EL HOMBRE
Diga el nombre.
LA OTRA MUJER se vuelve a quedar dormida.
LA MUJER
El espíritu aflora siempre a la superficie del cuerpo, lo recorre por entero, y de tal manera que cada una de las partes de ese cuerpo es por sí sola testigo de su
totalidad, la mano y los ojos, el abombamiento del vientre y el rostro, los pechos y el sexo, las piernas y los brazos, la respiración, el corazón, las sienes y el sino.
Mientras LA MUJER enumera, el hombre sale a la terraza y comienza a sollozar. Regresa a la alcoba. Se tiende al lado de LA OTRA MUJER y sigue llorando. La luz del alba entra por la terraza. EL HOMBRE prende las lámparas y observa a LA OTRA MUJER.
EL HOMBRE
En los lugares del sol del verano, en los lugares abiertos, ofrecidos a la vista.
EL HOMBRE apaga las lámparas.
EL HOMBRE
Ella debería morir. Si ahora, en este momento de la noche ella muriera, sería más fácil... para mí…
LA MUJER
Descubrir su poder infernal, la abominable fragilidad, la debilidad, la fuerza invencible de la debilidad sin par.
Comienza a llover. EL HOMBRE sale a la terraza.
EL HOMBRE (desde la terraza)
Si a esta hora ella muriera, sería más fácil hacerla desaparecer de la faz de la tierra,
arrojarla a las aguas negras, bastarían unos minutos para arrojar un cuerpo de ese peso a la mar creciente...
LA MUJER
...con el fin de eliminar de la cama ese olor hediondo de heliotropo y cidro.
EL HOMBRE entra a la habitación. Parece como que ya no reconoce la alcoba.
LA OTRA MUJER
¿Cuántas noches pagadas aún?
EL HOMBRE
Tres.
LA OTRA MUJER
¿No ha querido nunca a una mujer?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿No ha deseado nunca a una mujer?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿Ni una sola vez, ni un solo instante?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿Nunca? ¿Nunca?
EL HOMBRE
Nunca.
LA OTRA MUJER
Es raro un muerto. ¿Y mirar a una mujer, no ha mirado nunca a una mujer?
EL HOMBRE
No, nunca.
LA OTRA MUJER
¿Usted que mira?
EL HOMBRE
Todo lo demás.
LA OTRA MUJER se despereza, sonríe y vuelve a dormirse. EL HOMBRE cierra los ojos. Cuando los vuelve a abrir, se acuesta junto a LA OTRA MUJER. La observa detalladamente. Observa el lugar del corazón.
LA MUJER
Es ahí, en ella, donde se cultiva el mal de la muerte. Esa forma desplegada ante usted decreta el mal de la muerte.
EL HOMBRE comienza a acariciar el cuerpo de LA OTRA MUJER. No deja de mirarla. Comienza a acariciar el sexo. LA OTRA MUJER tiene ligeros estremecimientos. Sus párpados tiemblan pero no se abren. La boca se abre como si quisiera decir. El goce se apodera de LA OTRA MUJER y la levanta del lecho. Luego cae, inerte, los ojos cerrados. EL HOMBRE cierra los ojos. Se cubre en el cuerpo de LA OTRA MUJER y comienza a llorar.
LA MUJER
Podría salir de la alcoba, alejarse del cuerpo...
LA OTRA MUJER se despierta con el llanto del hombre. Mira al HOMBRE y mira la alcoba. Le acaricia la mano al HOMBRE.
LA OTRA MUJER
¿Por qué llora?
EL HOMBRE
Usted debe saber por qué lloro. Usted es quien debiera saberlo.
LA OTRA MUJER
Porque usted no ama.
EL HOMBRE
Así es.
LA OTRA MUJER
¿Nunca?
EL HOMBRE
Nunca.
LA OTRA MUJER
El deseo de estar a punto de matar a un amante, de guardarlo para usted, para usted solo, de poseerlo, de robarlo contra todas las leyes, contra todos los imperios
de la moral, ¿no lo conoce, no lo ha conocido nunca?
EL HOMBRE
Nunca.
LA OTRA MUJER
Es raro un muerto. ¿Ha visto el mar? ¿Ya es de día?
EL HOMBRE
Despunta el día, pero en esta época del año es muy lento en invadir el espacio que ilumina.
LA OTRA MUJER
¿De qué color es el mar?
EL HOMBRE
Negro.
LA OTRA MUJER
El mar nunca es negro. Debe estar confundido.
EL HOMBRE
¿Cree que es posible que la ame?
LA OTRA MUJER
No se puede de ninguna manera.
EL HOMBRE
¿Por culpa de la muerte?
LA OTRA MUJER
Sí, por culpa de esa insipidez de esa inmovilidad de su sentimiento, por culpa de esa mentira al decir que el mar es negro.
LA OTRA MUJER se acuesta para dormir. EL HOMBRE la despierta.
EL HOMBRE
Hable más.
LA OTRA MUJER
Entonces, hágame preguntas, por mí misma no puedo.
EL HOMBRE
¿Es posible que la pueda amar?
LA OTRA MUJER
No. Poco antes usted tuvo ganas de matarme cuando volvió de la terraza y entró por segunda vez en la habitación. Lo comprendí en mi sueño por su mirada sobre mí. ¿Por qué?
EL HOMBRE
No puedo saber por qué. No tengo la inteligencia de mi mal.
LA OTRA MUJER
Es la primera vez. No sabía antes de conocerlo que la muerte podía vivirse. Usted anuncia el reino de la muerte. No se puede amar la muerte si le viene impuesta desde
fuera.
LA OTRA MUJER y LA MUJER
Usted cree llorar por no amar. Usted llora por no imponer la muerte.

LA OTRA MUJER
Va usted a morir de muerte. Su muerte ha comenzado ya.
EL HOMBRE llora.
LA OTRA MUJER
No llore, no merece la pena, deje esta costumbre de llorar por usted mismo, no merece la pena.
LA OTRA MUJER se acuesta a dormir. Entra una luz solar sombría al cuarto.
LA OTRA MUJER
Aún dos noches pagadas, pronto se acabará esto.
Con la mano LA OTRA MUJER le acaricia los ojos al hombre. Se queda dormida burlándose.
EL HOMBRE
El amor siempre me ha parecido fuera de lugar, no he comprendido nunca, siempre he evitado amar, siempre he querido ser libre de no amar. Estoy perdido. No sé de qué, en qué estoy perdido.
LA MUJER
Usted cuenta la historia de un niño.
LA OTRA MUJER
Deje de mentir. Espero no saber nunca nada de la forma en que usted, usted sí sabe, por nada del mundo. No quisiera saber nada de la forma en que usted, usted sí sabe,
con esa certeza que proviene de la muerte, esa monotonía irremediable, igual a sí misma cada día de su vida, cada noche, con esa función mortal de la falta de amar. Ya es de día, todo va a empezar, excepto usted. Usted, usted no empieza nunca.
LA OTRA MUJER vuelve a dormirse.
EL HOMBRE
¿Por qué duerme, de qué fatiga debe descansar? Monumental.
LA OTRA MUJER levanta la mano y le acaricia el rosto y la boca al hombre. Vuelve a dormirse burlándose.
LA OTRA MUJER
Usted no puede comprender ya que es usted quien hace la pregunta. Así también descanso de usted, de la muerte.
LA MUJER
Usted continúa la historia del niño, la grita.
EL HOMBRE
No sé toda la historia del niño, de mí. He oído contar esa historia.
LA OTRA MUJER sonríe.
LA OTRA MUJER
Yo también he oído y leído muchas veces esa historia, en todas partes, en muchos libros.
EL HOMBRE
¿Cómo podría surgir el sentimiento de amar?
LA OTRA MUJER
Quizás de un fallo repentino en la lógica del universo. Por ejemplo de un error. Nunca por quererlo.
EL HOMBRE
¿El sentimiento de amar podría surgir de otras cosas aún? Dígamelo.
LA OTRA MUJER
De todo, de un vuelo de pájaro nocturno, de un sueño, del sueño de un sueño, de la cercanía de la muerte, de una palabra, de un crimen, de uno, de uno mismo, de pronto sin saber cómo. Mire.
LA OTRA MUJER abre las piernas. EL HOMBRE observa.
EL HOMBRE
Era ahí, la noche negra.
LA MUJER y EL HOMBRE
Es ahí.
LA OTRA MUJER
Ven.
Comienzan a hacer el amor. EL HOMBRE la penetra y comienza a llorar.
LA OTRA MUJER
Tómame para que todo quede consumado.
Terminan de hacer el amor. Los dos quedan dormidos. LA OTRA MUJER se levanta y se va.