Yo también quiero tener la sangre azul y ser fiel toda la vida.
Pero suceden los días de dolor
y cuando llegan te hacen rendir las cuentas...
Sueltas y caes de rodillas porque no hay manera de describir la manera en que te deconstruyes.
Y me pregunto, ¿esto te pasará a ti también?
El mundo se rompe en pedazos y nada tiene indicios de normalidad.
Lo pueden llamar principios de esquizofrenia.
¿Me visitarás si termino en un manicomio?
Mantener la mente en foco, contar 1, 2, 3, 4, 5, 6...
Los ataques de pánico fueron el comienzo y ahora sé que no tendrán final. Pensé que las pastillas servirían de algo, que de verdad había algo malo en mi cabeza. Sirven al principio. Cuando no tienes ni puta idea de lo que seguirá.
Después cruzas un puente y crees que todo volverá a ser como antes.
Pero nunca es así.
Porque el ataque te espía a la vuelta de tu mirada. Está agazapado, quieto, como un tigre que acecha.
Y te das cuenta que forma parte de ti.
Por ello va a regresar.
Mi mente forma un túnel largo.
La salida más corta es el final. Lo sé y lo veo. No puedo describir el miedo porque no tiene forma ni color ni olor. No es nada de lo que has imaginado. La realidad que se aleja de ti. Y todo lo que conoces nunca regresará.
Comienzas a observarlos. Sabes cuándo vendrán. Están anidados en ti, solo que a veces deciden que es un buen momento para estirar las piernas e ir a dar un paseo.
Azul es azul, rojo es rojo, tele es tele, piso, pared, puerta, tratas de ponerle un nombre a todo.
Otras veces corres a llegar a tu cama. La cama siempre es el mejor lugar.
Otra cosa sucede con los ataques. Vienen con lágrimas, inexplicables, fluyen como un río, incontrolable, no lavan nada, solo brotan sin parar.
Esto debe estar en un libro de psicología, pienso, tratando de que algo cobre sentido.
You have fucked up your life, pienso también.
Rezar, de niña rezar siempre funcionaba en los peores momentos. Cerrar las manos en el regazo y repetir las palabras de la oración. De niña lo hacía tapándome los oídos para no escuchar los gritos.
Esos gritos y esos padres.
El tren de mi pensamiento no para. Fueron entonces mis padres, culpables, no tienen idea del daño que me infligieron. El cuchillo es de doble filo. Si ellos lo hicieron conmigo, yo lo estaré haciendo con mis hijos, día tras día.
No puedo entrar a ver las redes sociales, no puedo identificarme con nada. Todo duele, la luz matinal, el sol que se esconde tras las naranjas, la noche que me deja en una casa vacía.
Abrazo a mis perros. Su respiración es tibia. Pero el ataque sigue ahí. La mirada de los animales es tan dulce que brotan más lágrimas de mí.
No puedo racionalizar cómo comenzó todo. Hace días en un camión. Vi una mujer anciana, muy anciana. No pude hacer lo que quería por mi madre. Nunca fue suficiente. Y la mirada de ella me acusa hoy.
Pero eso no es racional de hecho. No sirve el cerebro. El dolor entumece el cuerpo. Dejo de comer. El ataque sigue ahí. Es como el niño robot de I.A., así estoy, enterrada en el fondo de un mundo en destrucción esperando que se termine mi batería. El mundo se ha terminado pero yo sigo consciente. Y sola.
Alejo a todos de mí. Quiero llamarlos a mi lado pero sé que en cuanto se acerquen, me alejaré. Los haré huir, no pueden ver lo que queda de mí. Soy tanto dolor que ellos no lo merecen.
El agua suaviza un poco mis sentimientos. Al menos regula la temperatura. Podría quedarme tres horas pero se termina el agua caliente.
Nada tiene sentido, el dolor es tan fuerte que decido quedarme quieta, no puedo conectarme al exterior porque todo me causa un miedo terrible. El grado de identificación que tengo hacia un programa de televisión, hacia un libro, hacia el Internet es tan fuerte que siento cómo se clava el miedo en mi pecho.
Hablo con mi amiga. Ella ha vivido esto. No es mejor ni peor. No pasará. No tiene solución. Al menos poder hablar así de esto con alguien me aterriza. No quiero decir que me siento mejor porque sería una mentira. Sólo que sé que no existe razón para esto y punto. Y nunca se irá para siempre y punto. Es un principio de realidad.
Una idea cruza mi mente: si el arte sirviera para algo debería dar esperanzas a quienes viven algo así. Si tan solo un artista pudiera dar esperanza, el arte tendría sentido. Pero yo no puedo hacerlo. Me pregunto cómo hace alguien para escribir una novela, si yo apenas logro salir de la cama.
Prender una vela ayuda. Sé que se cumple un año de la muerte de mi madre. Es como vivir de nuevo ese tránsito doloroso pero ahora no hay descanso. El año pasado cuando falleció su angustia cesó. Y eso fue bueno. Ahora nada cesará porque aquello ya cesó y esto, esto que no tiene nombre, es continuo.
Veo la foto de mi madre. Me pregunto si el dolor que vivo ahorita es una identificación, una certificación de fe, una muestra de solidaridad mía hacia con ella, sentir la misma angustia que ella pasaba antes de morir. Me doy cuenta cuán aterrada estuvo mi madre tantos y tantos días, meses y años de su vida. Lamento no haber podido platicarlo con ella. Le digo a su fotografía: "El día 13 vas a morir, mamá, pero no te preocupes, estará bien, estaré contigo, sigo contigo."
Duermo con 5 cobijas. Y una de ellas es eléctrica. El calor sirve un poco, es como tener a un enorme animal vivo sobre mí. Me pregunto cuánto dolor es posible aguantar.
Para estas alturas ya no pienso. Estoy hincada y no tomo nada entre mis manos. Mi frente toca el piso. Me rindo, siempre este movimiento me lleva a rendirme. Tiene que ser para rendirme. Y cuando me rinda, volverá a suceder, tendré que volver a rendirme una y otra vez.
Las clases y el trabajo regresan. La rutina siempre ayuda. Hay un enorme silencio dentro de mí. Me he dejado de argumentar a mi misma el sentido de todo lo que me ocurre. No hay respuesta. Me prohibo racionalizar.
Tengo la siguiente imagen: es como si mi mente fuera un perro ladrando ante cualquier estímulo que pasa. Pero he construido una cerca alrededor de ese perro. I have backed out so much that behind me there is only a wall. No hay camino hacia allá atrás (el racionalizar), me digo. Ya no hay nada más que entender con la razón. Debo tomar el camino hacia el otro lado. Sin pensar, sin excusar nada, sin tratar de entender nada...
Sigue doliendo, sigo entumida. Me tomo una foto y la miro. Cuán triste me veo. Siempre me he visto así. Tan triste.
Mi primo me dice que la culpa que cargo es excesiva. ¿Cómo pude construir tanta culpa? Empiezo a ver ese deseo contradictorio de quererme borrar de la existencia, tal es mi odio hacia mí... Freud trataba de entenderlo, lo sé... cómo un deseo tan fuerte de una muerte tan brutal? Eso mismo comienzo a figurar.
Eso trae una suerte de alivio, el primer respiro en varios días. Si pudiera acabar con la culpa... Y sucede algo más curioso aún: me doy cuenta que el dolor se ha instalado de tal forma en mi interior que ahora no quiero estar bien. Me resulta extraño estar bien. Había encontrado una suerte de identificación en mi tristeza y en mi pánico que tengo que admitir que incluso soy yo misma quien no quiere dejar de estar mal.
¿Cómo me hablará la gente ahora que esté bien? ¿No dirá que todo lo he inventado? Siendo sincera, ¿estoy de acuerdo con estar bien?
Prendo de nuevo la vela. Quiero que se acabe esa vela, porque ese fuego realmente mueve algo dentro de mí. Sigo una meditación. Respiro y visualizo un campo soleado.
Hay un hombre ahí, rubio, de ojos azules y cabello largo. Yo no lo pensé, tan solo apareció y sé que sólo quiere estar ahí. Pienso que empezar a imaginar que el amor existe, después de un tiempo tan largo de haberlo desterrado, puede ser que lo haga visible, posible, tangible.
El río, el sol, el pasto y el hombre. No sé quien es, pero está ahí. Luego desaparece y acaba la meditación. Me siento mejor.
Pequeños actos de amor hacia mí. De verdad no sé por dónde comenzar. La serenidad y los momentos de llanto comienzan a sucederse. Al menos no está el miedo todo el tiempo. Me doy cuenta que no tomaré más mis medicinas. Ellas no evitarán que esto pase de nuevo.
Veo la tele. Los infortunios de todos los protagonistas de las historias para niños quizá estén escritos aquí, en mi vida. Luchar, una y otra vez. Pararse, una y otra vez. Seguir, una y otra vez. No hay final y la vida sólo se trata de esto.
Ahora con momentos más serenos puedo comenzar a ver el fracaso de mi vida en todos los sentidos. Entiendo parte de lo que me trajo al pánico: la certeza absoluta de que nada en mi vida es como hubiera querido que fuera.
Me considero un fracaso. Una puerta cerrada. Un camino que termina en precipicio.
Pero está bien. Al menos puedo ver esto y ya no pedirme a mí misma ser otra cosa.
Este es el punto en el que no hay más que sinceridad. No hay nada más que perder.
Sé que veré a mis hijos pronto. Esta idea hace brotar lágrimas profundas. Tengo miedo, quiero tenerlos lejos de mí. Me verán frágil y dolida y no podré estar para ellos. Y el que ellos no estén también me duele.
Regreso a la imagen del perro y la pared. El camino del rechazo ya lo conoces y has topado con pared. ¿Por qué no intentas avanzar hacia adelante? ¿Por qué no intentas convivir con el sí? ¿Con el amor? ¿Con la aceptación? ¿Con la idea de que si realmente le has hecho daño a la gente que te rodea eso no está tan mal? Porque era inevitable. ¿Por qué no soltar la fantasía infantil de que no repetirías una historia que estaba escrita para que la repitieras tal cual? ¿En qué momento de la vida creíste que era posible cambiar un ápice el Destino? ¿Qué poder superior creíste tener para decidir que tus hijos vivieran mejor que lo que tú viviste?
Estoy sacudida hasta los huesos. De verdad se siente así, como si ya no hubiera piel ni músculo ni nervios. Actúo a nivel óseo. ¿Seré capaz de amar alguna vez? ¿Me amarán alguna vez? No tengo respuesta a esto.
Tienes que regresar al perdón más básico, me digo. Quizá ahí hay un camino. Empezar por decir, me perdono por existir y ser quien soy. Me perdono por este dolor que me infrinjo sola. Me perdono por hacer tantas cosas que no quiero. Me perdono por quererme borrar.
Como si la vida fuera un espejo de mi interior, me doy cuenta que no hay gasolina en mi ciudad. Está agotada en el estado, quizá en el país. No me sorprende. Parece coincidir con esa eterna sequía que se ha instalado en mi interior.
Veo la película "The Lobster". Resuena extrañamente en mí. Logro ver cosas en ella que de otra manera no percibiría. En ese mundo las expresiones de amor no van acompañadas del sentimiento. Es una película donde no existe el amor y por ello, toda ella vibra con amor. Es una cuestión extraña. Como una película de Pasolini, "La langosta" me explica que nada de lo que llamamos amor aquí realmente es el amor. Su completa ausencia, nuestra obsesión absoluta por encontrar a alguien que tenga algo compatible con nosotros es eso que llamamos amor... ¿Pero cómo podría ser amor el que te quites la vista, que te arranques los ojos por la persona que amas? ¿Hasta qué punto una y otra vez el amor significa sacrificio para nosotros?
Si los dos somos ciegos tendremos un vínculo irrompible. Es como tener un hijo y creer que eso es lo que nos mantiene juntos. No tengo idea de lo que es el amor. Sí sé lo que es crear un mundo donde me he asegurado que no exista ni rastro de amor.
No amamos al otro. En realidad solo estamos obsesionados por no estar solos. Buscamos al otro desde nuestra necesidad intrínseca de compañía y de que sea para nosotros aquello que sea inamovible y absoluto.
Esto es muy extraño, lo sé. La primera cualidad del amor para mí tendría que ser su absoluta incondicionalidad ante lo que yo soy. Una mano suave que me sostuviera sin importar qué pensamiento, palabra, acción saliera de mí.
Yo no soy capaz de sentir eso por mí. Vivo detrás de una enorme barricada. Al menos es bueno comenzar con la honestidad. Y eso es todo lo que hasta ahora sé.
lunes, 7 de enero de 2019
Del amor y el dolor (y los ataques de pánico)
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sábado, 5 de enero de 2019
Para Mar (y volverte a encontrar en la Roma)
Querida Mar,
Creo que desde que te conocí supe que este momento llegaría.
El mundo está lleno de ti. Las noticias, los programas de YouTube, Twitter, los muros de mis amigos y conocidos, las pláticas de mis alumnos... Mi papá me llama por teléfono para preguntarme si te he visto en la película. Mis primos todos me preguntan por ti, ¿la conoces, verdad? Mi hija empieza a ver la película. "Ella está bien, la película, aburridísima..." Bueno, tiene 13 años. Los sitios más secretos de mi vida, los programas culposos que veo en la computadora cuando estoy sola y muy deprimida (Jimmy Kimmel), también apareces ahí... Mi ex habla de ti en las redes sociales, seguramente orgulloso de haber ido a tu boda, de haberte conocido o quizá porque realmente sabe de cine. La verdad no lo sé.
Respiro. No estoy preparada para ver tu película. Dejé de seguirte en todas las redes sociales. Me salí de la ciudad y dejé la vida allá... tuve hijos, me divorcié, fallé en todos mis planes. Abrí empresas y las cerré. Fui votada "maestra del año" una y otra vez para quizá convencerme que mi vocación era la enseñanza. La universidad en la que podía dirigir teatro dejó de emplearme de la noche a la mañana. Sin quererlo y con un enorme dolor del corazón, el escenario se cerró para mí. Tengo fama local, y no sirve para nada. Soy el jurado ideal para una muestra estatal... ¿puedes imaginar algo más mediocre?
Mi tiroides dejó de funcionar, subí de peso, me deprimí, me volví a deprimir, tomé pastillas y cientos de horas de terapia para saber si podía recuperar algo de lo que fui. Busqué pareja por todos lados y tuve todas las que quise. Fui la Sabina que predijiste, que de Teresa no tengo nada, y también fui estrella porno sin avergonzarme por ello, sino descubriendo un sexo sin compromiso y muy feliz.
Perdí a mi madre en el peor de los dolores y las angustias. Su final al menos le permitió descansar. La extrañé y la extraño, al menos la extraño por todo lo que quizá sí pudo ser y no fue, aunque sé que hizo lo que pudo con lo que tuvo.
Dejé de pensar en ti, en A., en la juventud... me di cuenta que tengo dos hijos maravillosos, únicos, talentosos, sorprendentes. La vida es para ellos un ir hacia adelante.
También dejé atrás a V. y sus preferencias extrañas, su propia historia dolorosa pero tan distinta a la mía, a tu mamá, tan dulce, pero siempre haciendo abismos entre tú y yo. Mi hijo se llama P. pero ya no hablo con tu hermano P. ni tampoco con C.Yo solo espero que estén muy bien.
Y sin embargo, no he podido ver tu película. Juego con ironía amarga. "¿A ella? ¿Que si la conozco?" Conocerte o lo que fue de ti y de mí a los 20 años, eso sí lo conozco bien... me corre por la venas ferozmente. ¿Conocerte hoy en día? No tengo idea de quién eres hoy. Seguí tu trayectoria fielmente, porque siempre he querido ser el perro fiel. Vi cuantas obras tuyas, películas y programas pude. Pero eso llega hasta cierto momento cuando es imposible seguir.
Tú jamás viajaste a ver ningún trabajo mío. Solamente porque estabas en Pátzcuaro cargaste a Natalia una vez cuando nació. No te culpo. No había nada que te interesara ahí. Yo misma no iría a ver mis obras hoy en día. Tampoco mis padres ni familia las vieron jamás. Mis obras son laberintos de pedazos de mi vida que solamente yo sé desentrañar. Y tal vez las disfrute alguien más... Ojalá.
El verano del 2018 lo dediqué a limpiar mi casa. Tiré a la basura todas, absolutamente todas las cartas que nos escribimos. Las leí antes de hacerlo. Eran todas una extraña mezcla. Un amor feroz y pasional cubierto de reclamos, dolores, angustias. No tenían nada que hacer en este mundo de hoy. Las rompí, junto con miles de otras palabras que pertenecieron al pasado y sonreí cuando el camión de la basura vino por esos pedazos. Estaba feliz de jamás volverlas a ver o saber que estarían en alguna caja de alguna otra mudanza. Cómo quisiera decir que las historias de la vida tienen final feliz.
Aunque no lo creas, y aunque escribo estas palabras llenas de todo lo que me llena este fin de año que paso sin mamá por primera vez y estoy adolorida y triste y medio enloquecida, estoy muy feliz por ti.
De alguna manera secreta y llena de saberes que me rondan sin que me lo explique, lo sabía desde el 12 de octubre de 1992 que te conocí en el NET. Estabas totalmente hecha para que llegase este momento y desde el fondo de mi corazón deseo que tu estrella llegue a lo más alto que deba brillar. Sé que no te fue fácil, entiendo todos los sacrificios y dolores que deben estar detrás de esta súbita fama. Imagino las esferas que te rodean, las manos que te sostienen, a tu hijo, a las dudas que te asaltarán.
Te ves hermosa. Tu belleza es única y tan real que pasma. Es algo que nos dan los años. Develan lo que somos en la realidad. Algún día que mis pies estén más en la tierra y más alejada de las nefastas fechas de fin de año intentaré ver tu película.
Agradezco a la vida profundamente que anduviéramos compartido parte de este camino, que nos quisiéramos con esas extrañas pasiones que jalan los hilos del corazón en la juventud. Que sobreviviéramos a todo lo que quiso separarnos y a todo lo que logró separarnos.
Te admiraré desde la butaca intentando solo ver la película y dejando atrás todo subtexto. Intentaré ver la historia que Cuarón quiso filmar y no volcar el pasado sobre la filmación. Nada más. Lo demás está guardado en el corazón secreto que todos llevamos dentro. Compondré las heridas, zurciré las roturas y bordaré semillas para nuevos futuros.
Tuya,
C. Elpan
Creo que desde que te conocí supe que este momento llegaría.
El mundo está lleno de ti. Las noticias, los programas de YouTube, Twitter, los muros de mis amigos y conocidos, las pláticas de mis alumnos... Mi papá me llama por teléfono para preguntarme si te he visto en la película. Mis primos todos me preguntan por ti, ¿la conoces, verdad? Mi hija empieza a ver la película. "Ella está bien, la película, aburridísima..." Bueno, tiene 13 años. Los sitios más secretos de mi vida, los programas culposos que veo en la computadora cuando estoy sola y muy deprimida (Jimmy Kimmel), también apareces ahí... Mi ex habla de ti en las redes sociales, seguramente orgulloso de haber ido a tu boda, de haberte conocido o quizá porque realmente sabe de cine. La verdad no lo sé.
Respiro. No estoy preparada para ver tu película. Dejé de seguirte en todas las redes sociales. Me salí de la ciudad y dejé la vida allá... tuve hijos, me divorcié, fallé en todos mis planes. Abrí empresas y las cerré. Fui votada "maestra del año" una y otra vez para quizá convencerme que mi vocación era la enseñanza. La universidad en la que podía dirigir teatro dejó de emplearme de la noche a la mañana. Sin quererlo y con un enorme dolor del corazón, el escenario se cerró para mí. Tengo fama local, y no sirve para nada. Soy el jurado ideal para una muestra estatal... ¿puedes imaginar algo más mediocre?
Mi tiroides dejó de funcionar, subí de peso, me deprimí, me volví a deprimir, tomé pastillas y cientos de horas de terapia para saber si podía recuperar algo de lo que fui. Busqué pareja por todos lados y tuve todas las que quise. Fui la Sabina que predijiste, que de Teresa no tengo nada, y también fui estrella porno sin avergonzarme por ello, sino descubriendo un sexo sin compromiso y muy feliz.
Perdí a mi madre en el peor de los dolores y las angustias. Su final al menos le permitió descansar. La extrañé y la extraño, al menos la extraño por todo lo que quizá sí pudo ser y no fue, aunque sé que hizo lo que pudo con lo que tuvo.
Dejé de pensar en ti, en A., en la juventud... me di cuenta que tengo dos hijos maravillosos, únicos, talentosos, sorprendentes. La vida es para ellos un ir hacia adelante.
También dejé atrás a V. y sus preferencias extrañas, su propia historia dolorosa pero tan distinta a la mía, a tu mamá, tan dulce, pero siempre haciendo abismos entre tú y yo. Mi hijo se llama P. pero ya no hablo con tu hermano P. ni tampoco con C.Yo solo espero que estén muy bien.
Y sin embargo, no he podido ver tu película. Juego con ironía amarga. "¿A ella? ¿Que si la conozco?" Conocerte o lo que fue de ti y de mí a los 20 años, eso sí lo conozco bien... me corre por la venas ferozmente. ¿Conocerte hoy en día? No tengo idea de quién eres hoy. Seguí tu trayectoria fielmente, porque siempre he querido ser el perro fiel. Vi cuantas obras tuyas, películas y programas pude. Pero eso llega hasta cierto momento cuando es imposible seguir.
Tú jamás viajaste a ver ningún trabajo mío. Solamente porque estabas en Pátzcuaro cargaste a Natalia una vez cuando nació. No te culpo. No había nada que te interesara ahí. Yo misma no iría a ver mis obras hoy en día. Tampoco mis padres ni familia las vieron jamás. Mis obras son laberintos de pedazos de mi vida que solamente yo sé desentrañar. Y tal vez las disfrute alguien más... Ojalá.
El verano del 2018 lo dediqué a limpiar mi casa. Tiré a la basura todas, absolutamente todas las cartas que nos escribimos. Las leí antes de hacerlo. Eran todas una extraña mezcla. Un amor feroz y pasional cubierto de reclamos, dolores, angustias. No tenían nada que hacer en este mundo de hoy. Las rompí, junto con miles de otras palabras que pertenecieron al pasado y sonreí cuando el camión de la basura vino por esos pedazos. Estaba feliz de jamás volverlas a ver o saber que estarían en alguna caja de alguna otra mudanza. Cómo quisiera decir que las historias de la vida tienen final feliz.
Aunque no lo creas, y aunque escribo estas palabras llenas de todo lo que me llena este fin de año que paso sin mamá por primera vez y estoy adolorida y triste y medio enloquecida, estoy muy feliz por ti.
De alguna manera secreta y llena de saberes que me rondan sin que me lo explique, lo sabía desde el 12 de octubre de 1992 que te conocí en el NET. Estabas totalmente hecha para que llegase este momento y desde el fondo de mi corazón deseo que tu estrella llegue a lo más alto que deba brillar. Sé que no te fue fácil, entiendo todos los sacrificios y dolores que deben estar detrás de esta súbita fama. Imagino las esferas que te rodean, las manos que te sostienen, a tu hijo, a las dudas que te asaltarán.
Te ves hermosa. Tu belleza es única y tan real que pasma. Es algo que nos dan los años. Develan lo que somos en la realidad. Algún día que mis pies estén más en la tierra y más alejada de las nefastas fechas de fin de año intentaré ver tu película.
Agradezco a la vida profundamente que anduviéramos compartido parte de este camino, que nos quisiéramos con esas extrañas pasiones que jalan los hilos del corazón en la juventud. Que sobreviviéramos a todo lo que quiso separarnos y a todo lo que logró separarnos.
Te admiraré desde la butaca intentando solo ver la película y dejando atrás todo subtexto. Intentaré ver la historia que Cuarón quiso filmar y no volcar el pasado sobre la filmación. Nada más. Lo demás está guardado en el corazón secreto que todos llevamos dentro. Compondré las heridas, zurciré las roturas y bordaré semillas para nuevos futuros.
Tuya,
C. Elpan
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