Se trataba de unos papeles enormes que ya traían unas líneas hechas y ella les pintaba encima. Su primer dibujo era una alicia, guera, ojos grandes, vestida de azul, aunque yo sabía que se trataba de nuevo de M. y sentía envidia.
Después los otros dibujos eran diferentes. Me gustaban mucho, ella reinterpretaba lo que estaba ahí. Cuando platicábamos de mí, me daba cuenta que lo que yo quería hacer no era estudiar un doctorado, sino ayudar a las personas a entender lo que estaban viviendo.
Me desperté contenta, sabiendo que todos en ese sueño eran yo.
NOCHE SIGUIENTE
Un hotel de muchos pisos. En los cuartos superiores estaba una gran fiesta, muy divertida, conocía a todos y me la pasaba muy bien. Más bien era como vivir una fiesta de la juventud como nunca me lo había permitido.
Luego bajaba por el elevador. Estaba M. Decidía verla, enfrentarla. Estaba toda su comida, todos comían agachados por miedo a ser reconocidos. Era extraño. Por fin me atrevía a felicitarla, decirle que había escuchado lo que había hecho. Me sorprendía su modestia. No quería hablar de ello sino de mí. Vi a sus sobrinos y a su mamá y a su hermana. Sentí algo de nostalgia y me sentía torpe porque no sabía cómo saludar a todos en esa situación.
Me escapaba, estaba siguiendo a alguien por los pisos de abajo. Aunque no era yo, lo que pasaba es que veía a mi M. siguiendo a alguien y se iba a subir en el elevador. La detenía antes de hacerlo. Me sorprendía porque la veía entera, de pie, caminando. No se veía bien sin embargo. Tenía la piel color naranja, descompuesto. Le preguntaba cómo estaba y me decía que bien. Tenía una sonrisa triste. Ella me decía que no me preocupara, que estaría bien. Yo le decía antes de que se fuera que así era, que todo estaba bien y que se rindiera ante la luz, como si tuviera que decirle cosas antes de que siguiera esa carrera por entre los cuartos vacíos de ese hotel enorme, le tenía que decir que soltara todo.
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